Lo mejor que he escrito
me lo dejé olvidado en unos labios
que
nunca
llegué
a
besar.
Y es que parecemos dos desiertos esperando ver nacer un oasis
del estallido
de nuestros labios.
Dos peonzas faltas de brújulas
apuntando a nuestros pies.
Ese recorrido en línea discontinua que nunca acaba
y parece que sólo lo hará
cuando tú decidas
mirar para otro lado.
Ese en el que yo
esté esperando.
Tengo un par de cientos de bolígrafos
rotos en el bolsillo,
preguntándome porqué no les dejé salir a tiempo de romperse
por tu cuerpo,
el mismo que acabaron dibujando
las cervezas de madrugada.
No me entiendes.
Tampoco espero que lo hagas.
Ni siquiera pienso que sea necesario entendernos
para morirnos de ganas.
Que yo hace tiempo que muero
muero
muero,
y tú
sigues caminando de espaldas.
Y parece tan sencillo darse la vuelta
que quizás por eso no lo hacemos.
Porque a veces da más miedo lanzarse al vuelo
que perder
otra oportunidad.
No te preocupes.
Que yo sigo escribiendo todos esos besos que nos quedan por parir.
Y cuando decidas girarte
búscame,
que tú serás mi brújula
y yo
tu norte.
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